Fragmento Danny Escoto
Contrario a lo que imaginábamos, leyendo los delirantes pergaminos del siglo XVI -tortuosas narraciones de mutilados y gimientes, ritos atávicos, abadesas libertinas, monjes iracundos- la vida en la comuna resultaba apacible, casi aburrida en comparación con las expectativas de nuestra atormentada imaginación.
Poco a poco, tuvimos que deshacernos de tales conjeturas, y adaptarnos a la vida de esa secta, radicada en un páramo de la Germania, en idílico alejamiento de las luchas intestinas entre Oriente y Occidente, arrianos y ortodoxos, iconódulos e iconoclastas.
La hora del desayuno. Ni muy temprano ni muy tarde, después de hacer las abluciones en el arroyo que circunda la fortaleza. Leche, pan confitado, miel, queso de cabra, una jalea de aquellos tiempos. No era, de manera alguna, el desayuno magro e insípido que imaginamos al leer los vetustos libros sobre el Alto Medievo.
Al mediodía, los trabajos y las rutinas. Acá uno hace una silla; por allá otros funden el hierro –para nuestra decepción, no para aparatos de tortura, sino para hacer una simple, rústica cazuela- en un jardín una matrona enseña a los niños la retórica y algunos fundamentos del arte combinatorio. Cada actividad como engrane en la máquina social, funcionando de manera adecuada, si bien no perfecta, en la vida comunal de la fortaleza, similarmente a como nuestros teóricos contemporáneos describen el “cuerpo sin órganos”. Nosotros, caminando de aquí a allá, tomando notas, haciendo preguntas ocasionales, que nos responden amablemente.
no soy troll pero el texto me parece de lo más kitsch y aburrido
ResponderEliminardemasiado glamour
saludo, buen intento