martes, 17 de agosto de 2010

Martes 31 de agosto a las 20 hs+ La Capital: Nuevo león 137

Martes 31 de agosto a las 20 hs+ La Capital: Nuevo león 137

El jam en Casa Refugio

Alejandro Almazán en el Segundo Jam


Chalino era un ídolo y a quien mata a los ídolos merecen que hasta los cague una cucaracha.

Total que me llevé la fusca y con ella, pensé, mataría a Buchi Prieto. Yo sí utilizaría la fusca, porque dicen que si en una historia aparece una pistola, debe ser usada y yo la iba a usar.

3

Buchi Prieto llegó al palenque acompañado de una morra que merecía una segunda mirada. Ya hasta una tercera. Era de esas culichis natas: mucha nalga, buena pierna y poca Chichi. Ahí supe que uno no puede concentrarse en disparale a un bato con tal viejorrón. Y por Buchi me soltó una cachetada. Yo saqué la Berettea del Chalino y le apunté. Cabrón, ¿ya ves cómo con una pistola el gallo pone güevos?, te llegó tu hora…. Ya, ya, ya, cabrón, hablas como peli de los hermmanos Almada, dijo Buchi Prieto y enseguida preguntó: ¿De dónde sacasteis la pistola del Chalino Sánchez? Ah, cabrón, y ese bato cómo sabía de la pistola. Sabes, dijo, mi un tío mandó a matar al Chalino por andar de chile bola con las viejas, la bronca es que nunca supimos dónde dejó la pistola porque Bala Suelta se nos murió. Bala Suelta, le dije, era mi abuelo. ¿Neta? Simón. Ese viejo era la cura, lástima que se suicidó. Y sí: mi agüe no soportó haber matado al Chalino, cantaba re bien ese güey, era bragado, ídolo y buscapleitos. Total que, al final, Buchi Prieto me pedió la pistola y así quedó saldado el millón de pesos que le debía. Dale las gracias a tu abuelo, dijo. La verdá no se las dí: mi abue era un viejo tacaño que en vida siempre cobraba de más.

Epílogo:

Ayer maté a Buchi Prieto. Fue al palanque con la morra esa que estab bien buena. Ella me tiró la onda, neta. Como que le parecía un desperdicio que sólo cogieran una vez a la semana. Buchi Prieto miró cómo estaba el rollo y sacó la Beretta del Chalino. Cuando disparó, solté el gallo. El colorado le rebanó el buchi y el disparo le dio al dueño del palenque. La morra me dijo: Pélate. Y no es que me haya culpado, lo que pasa es que a veces hay que elegir entre la vida y el valor. Y aquí estoy, contándoles esta madre que ojalá la hubiera escrito el Bef, porque este bato sí sabe teclear. Pero ni modo, el pinchi Alejandro resultó ser el primer wey en teclear y como ya anda muy tenso y acá dicen que ya se acbó el tiempo, pos ni modos. Seguro el Bef, un día, contará la historia de la venganza del Chalino.

La neta, igual y no les late, pero les aseguro que es un pedo estar aquí, frente a ustedes, que merecen mi respeto y admiración por estar aquí, en ves de estar en casao haciendo mejores cosas. Gracias, en serio

Bef en el segundo Jam


—Ponlos en el almacén de patatas— me dijo—, y entiérralos bajo un montón de patatas.

—No seas mamón, pinche gachupín —le contesté—, acá se llaman papas.

—Bueno, me vale madre — reviró el culero, que cuando le conviene habla en mexicano —, lo entierras bajo las papas y a la verga.

Déjenme presentarme, me llamo…

¿Cómo quieren que se llame?

…Ignacio, y como les quedará claro, me dedico a desaperecer cadáveres. Bueno, ahora que lo pienso no tiene por qué quedarles claro.

Gabriel Zaid dice que en México es posible hacer vida literaria sin escribir una sola línea, asistiendo a cocteles a viborear colegas. Por eso salgo poco. Es la primera vez que hago las dos cosas al mismo tiempo. Sigo con el cuento.

El gachupín se llama Gerardo Lamas. Pinche apellido. Le decimos el Ticas. O el Turbas. Siempre a sus espaldas.

El caso es que andábamos en medio de una chambita de medianoche. Un bomberazo, que también los tenemos. El tipo era juda y había hecho enojar a alguien. Le dieron chicharrón y luego nos tocaba a nosotros escurrir el bulto. Literalmente.

Todos los escritores estamos llenos de rituales a la hora de escribir. A mí me gusta hacerlo en una laptop. Si tengo una coca zero al lado, mejor.

En este negocio (¿Se han dado cuenta cómo la gente se llena la boca diciendo “en este negocio” cuando van a decir algo del trabajo de mierda al que se dedican?) también hay categorías. En el sótano están los que encobijan cadáveres. La escoria, desde luego.

Más arribita vienen los pozoleros. No crean que sólo hay uno. Son legión, los cabrones. Pero a mí me da miedo quemarme con el ácido o la sosa.

Y desde luego están los que avientan los cuerpos a las fábricas de salchichas o de chilorio. Nunca compren chilorio de Sinaloa. Nunca compren chilorio. No les vaya a salir una uña de un sicario.

El caso es que el Lamas y yo nos preciamos de ser artistas. Aristócratas de la desaparición de cuerpos. Algo así como instaladores extremos. ¿A poco no suena chingón?

Me cae que en Berlín o Los Ángeles ya habríamoes expuesto en varias galerías y seríamos figuras de culto. Como Paul McCarthy, o el Witkin aquél. Pero no, fuimos a nacer en Nacolandia. Bueno, yo, el Lamas era de Gijón. Pinche abarrotero.

Pero no estaba tan mal. Cada vez intentábamos sorprender al cliente. Una vez metimos a toda una familia que se quebraron unos sicarios del cártel de Constanza en un auto que metimos en una trituradora de chatarra. Yo le quise poner a la pieza algo así como sardinas en lata, como la canción de Radiohead. Lamas sugirió Rapsodia en blue porque el coche era azul. Qué güey.

Al cliente le valió madre.

Es dura la vida de un artista.

Ahora experimentábamos con materiales sustentables y ecológicos. Como papas/patatas. La idea era enterrarlo en un almacén de papas y que las ratas dieran cuenta del fiambre.

Pero como siempre, no contamos con las complicaciones del caso. El tipo era bastante grandote y a la hora de cargarlo Lamas se volvió a hacer güey. Ni modo de negarme. Era eso o dejar el cuerpo ahí nomás.

Y uno tiene un prestigio que cuidar.

Casi no escribo con música. He descubierto que cometo más errores con la distracción. El problema es que es un poco aburrido.

Ya me atoré, ¿ideas?

En fin, para esta pieza pensábamos rociarlo de catsup, haciendo un comentario irónico sobre la sociedad de consumo y la comida chatarra. Pero era una bronca cargar con quince litros de catsup para que lucieran, así que lo desechamos.

Total, que apenas alcanzamos a cubrir el fiambre con unas cuantas papas. ¿Han intentado cargar cien kilos de papas de una en una? Y lo dejamos ahí.

Nos fuimos a cenar al departamento del Lamas, que vive cerca de Viaducto y Tlalpan.

—¿Quieres una tortilla de patatas? —preguntó solícito.

—No sé, güey, como que no se me antoja. No sé por qué.

“Además”, pensé, “ aquí se llaman papas, pinche gachupín mamón.”

Finale

Gracias, raza.

Muchas gracias a todos por venir. Disculpen las molestias. Nos vemos la próxima!!!!